El 3 de diciembre de 1996 volví a Argentina después de una ausencia de casi 6 años. Volví para buscar un padre, unos amigos, una realidad que estaba plasmada en un pasaporte argentino, del que me costaba entender el sentido.
14 años después de aquel momento, hice un viaje de geografías similares, pero esta vez las circunstancias fueron tan distintas. Estoy casado y fui con mi mujer; profesionalmente encontré una veta interesante, y creo que como persona crecí, al menos, lo necesario como para sobrevivir en esta tierra desolada. No encontré todas las respuestas, pero se que eso no se logra en el espacio de una vida. Hay cosas que requieren mas tiempo.
Pero por sobre todo, la gran razón de este viaje fue mamá. Su muerte, hace ya casi un año, nos dejó a todos un poco en la pampa y en la vía. La idea de llevar sus restos a Argentina nos surgió con Claudia mientras tramitábamos su cremación. En pleno estado de shock. Pero creo que fue una buena idea, ya que un par de meses antes la vieja me decía que quería irse a pasar sus últimos años allá. Creo que ella ya sabia que el fin estaba cerca.
Y en algún punto, me parece que yo también sentía que le quedaba poco tiempo de vida. Su debilitamiento fue progresivo pero imparable, y duro un año entero.
El hospital ya no era una opción valida. Las ultimas veces que estuvo ahí fue cada vez peor. Cuando después de su muerte, fuimos con Clau a ocuparnos de su departamento, encontramos una cantidad de medicamentos espantosa, muchos de los cuales servían solamente para eliminar los efectos secundarios de los otros. No era una vida. Era una esclavitud química, una muestra más de que, como sociedad, simplemente estamos muy equivocados en nuestra manera de enfrentar la enfermedad y la muerte. Muy equivocados.
Ahora los restos de mamá son uno solo con el océano Atlántico. Aquel mismo océano cuyas aguas bañaban su tobillo dañado, aquel que la hacía suspirar, aquel donde pasó sus últimas verdaderas vacaciones en el ‘85. Ella y el océano son uno para siempre, con color, sin dolor.
Volver a Argentina, entonces, fue cerrar ese capitulo que se abrió el 20 de febrero de 1991. Hace casi 20 años, día por día. En algún punto parece que fue ayer, por otro lado aquel viaje suena tan remoto y lejano. Pero pasó, fuimos nosotros, o al menos esas fotos están ahí. Difícil saberlo.
Esa fue nuestra vida, nuestra elección. Buena o mala, fue en todo caso lo que le dio forma a mi vida. Mamá es responsable de todo? No, yo tomé gran cantidad de decisiones propias, que no tienen nada que ver con ella. Y bastante disgustos y angustias le causé. Creo que ella se dejo ir en un momento en el que vio que había logrado cierto equilibrio, cierta tranquilidad.
Estar en Suiza, paradójicamente, fue lo que me permitió encontrarme con Claudia. Los viajes cambian vidas, transforman las existencias, de maneras insospechadas, de formas delirantes y maravillosas.
Gracias, vieja, porque a pesar de todo los quilombos, de no haber sido tan vos misma, mi vida no sería lo que es. Y estoy contento de ser quien soy. Te quiero mucho.