Tras seis meses de invierno, se destapa la naturaleza que ya no es tan virgen. Hablo de la zona del lago Leman, donde lindan los Alpes, el Rodano, Lausana, Ginebra, Evian, y una multitud de otras pequeñas ciudades repartidas entre Francia y Suiza.
Los colores son fuertes, encandilan, hacen mal al mirarlos fijamente: no queda otra, porque despues de tan feroz invierno, la naturaleza pega un grito de aburrimiento y agonia; el verde es rabioso, es violento; la profundidad del lago se vuelve azul, al fin, en vez de gris; las montañas dejan de ser blancas para volverse verdes y marrones, los vientos se aplacan, las temperaturas se vuelven mas dulces. Los arboles, finalmente, vuelven a serlo; en vez de tristes esqueletos de madera, se pueblan de retoños, pichones, ardillas y mariposas. El pasto se puebla de gotitas frias.
Es una epoca grandiosa. Justo ahora, delante de mis ojos.
La gente, en su voragine diaria, hasta llega a esbozar sonrisas, tanto el sol nos hace cosquillas. Las calles se pueblan de terrazas hasta altas horas de la noche (nueve, diez) donde se dejan volar hormonas, nunca se sabe.
La primavera es un grito, el de la reafirmacion de la vida; es un grito de victoria que se repetira hasta que algun meteorito o bomba atomica nos extirpe de este planeta verde y azul.