Volver

– A Jorge le hubiese gustado escuchar su historia –, me dijo mirando su taza de café vacía.

– Quiere tomar algo más, María? La invito. Y de paso, le cuento otra cosita interesante. Creo haber encontrado la razón, el por qué de mis regresos consecutivos.

Me dí vuelta, le hice una seña al mozo, y le mandé el pedido. – Garçon, deux cafés, s’il vous plaît !

– Donde aprendió francés? Aquí, en Ginebra?

– Sí, pero me parece que ya lo había hablado con anterioridad. Es lo que explicaría la facilidad con la que lo aprendí; en apenas seis meses pude leer Sartre, Stendhal o Baudelaire… Pero le quería contar algo mas fundamental. Algo que representa el punto común entre mis idas y venidas.

El mozo vino y nos dejó sendos cafés. Como siempre, el café ginebrino era lavado, bastante insulso, pero por suerte venía acompañado de un chocolatín, o algo por el estilo. El toque suizo.

– No le parece muy disparatado lo que le cuento? –. Mi pregunta tenía el recuerdo de todas las veces que intenté contar mi historia, sin jamás encontrar alguien que vea en ella algo verídico.

– Al contrario – me respondió –. Jorge me tenía acostumbrada a este tipo de relatos, pero por supuesto eran ficciones… Lo suyo tiene algo de especial; para ser sincera, no sé si usted es un impostor de primera o realmente lo que dice ser.

– Es una sensación rara, incluso para mí. Espero que me crea. Tengo todos estos recuerdos en mí, tan frescos como si usted me contase algo sucedido mientras Jorge vivía. Veo en mi imagen en el espejo todos los rostros que fueron antes de mí…

Mi mirada se perdió a través de la ventana del Café de la Mairie, en el casco antiguo de Ginebra. Veía más allá del vitral con las armas del cantón, más allá de la Rampe de la Treille, más allá del Salève.

Vi un rostro familiar a lo lejos. Demasiado lejos.

Volví en mí sin saber cuantos minutos habían pasado en silencio. María fijó su mirada en mí. Una lágrima corrió por mi rostro.

– Son recuerdos dolorosos – dijo.

– Si. Lo peor es darme cuenta que volví a dar con ella, y que la perdí, al menos hasta la próxima vez –. Tomé un sorbo de mi café, y abrí el envoltorio de mi chocolate.

– Esa es entonces la razón : el amor. Es como dicen los parapsicólogos que estudian la vida después de la muerte, que afirman que la mayoría de todos aquellos que vuelven de un estado próximo a la muerte lo hacen diciendo que tenían que amar antes de morir. A usted le ha pasado algo parecido, si bien vuelva de otra manera. Volvió a verla esta vez, entonces?

– Si, fuimos compañeros de colegio, hasta que me vine a vivir aquí. Luego perdimos contacto, hasta que un día volví de vacaciones a Argentina, y ahí descubrí el porqué de muchas cosas. Entre otras la extraña atracción que ella siempre ejerció en mí. Nos enamoramos uno del otro, jamás había sentido algo tan fuerte con alguien. Una sensación de déjà vu, de tranquilidad, de al fin estar en casa de vuelta tras largos años.

– Cómo se dio cuenta que era ella? Donde la conoció?

Aún recordaba aquella vez.

– Fue durante la Guerra de los Cien Años. Yo formaba parte del ejército de Eduardo III, y fui herido en la pierna por un sable francés en plena batalla de Crécy. Mi batallón había ocupado puestos de retaguardia en una aldea, y una de las aldeanas se acercó a traerme agua y pan. La batalla duró varios días, y en poco tiempo simpaticé con ella a pesar de que era francesa y yo inglés, imagínese… Tal fue el escándalo cuando se descubrió mi relación con ella que fui enviado de vuelta a Inglaterra. Luego supe que habían saqueado su aldea, y que todos los habitantes habían sido deportados, degollados o asesinados.

María cerró los ojos en estupor.

– Volví a Francia para buscarla, aunque la guerra no había terminado aún y era peligroso para un inglés transitar aquellos terrenos. Confirmé lo que se me había dicho : donde otrora se encontraba la aldea no había más que ruinas. Nunca supe más nada. A pesar de haber estado solo unos días con ella, la busqué hasta el fin de mi vida. Ni siquiera hablábamos el mismo idioma. Algo que nos superaba a los dos había pasado. Jorge escribió, una vez, en uno de sus cuentos, una citación de Butler Yeats, que decía “I’m looking for the face I had, before the world was made”…

– Si, es cierto.